Plástico, chip y el no poder

(Imágenes: Internet)

Hace un par de meses fui a sacarme el abono transporte, como tantos otros meses, en el Metro. Cual fue mi sorpresa que al introducir la tarjeta para pagar, el lector me pidió que tecleara el número secreto.  Nunca antes me había pasado y no lo recordaba. Me separé de la cola de los cajeros y busque en mi libreta de teléfonos, el código estratégicamente camuflado y volví a hacer la cola para obtener mi pase por un mes, al transporte público.

Como al final todo había salido bien, solo me quedo una pregunta en el aire ¿esta nueva norma no la habían podido poner en conocimiento de los usuarios? Y seguí reflexionando en el problema que constituye la falta de comunicación y el respeto a los ciudadanos. A mi modo de ver, no se pueden implantar normas sin el previo aviso y comunicación.

Un mes más tarde entré a una tienda que tenía artículos rebajados. Acompañaba a una amiga para que descambiara un vestido por una talla más pequeña. Mientras la atendían y le buscaban el nuevo vestido, me entretuve en ir mirando las prendas rebajadas hasta topar con un vestido que me gustó. Era algo inevitable

Se lo enseñe a mi amiga y le gustó más que el que había seleccionado en un principio. Las dos nos metimos en los probadores y fuimos a la caja, vestido en mano.

Saco mi tarjeta, esa que me acompaña a donde quiera que vaya y se la entregué a la dependienta.

   Su operación da denegada,  Pin erróneo – Me dice la dependienta mirándome con cara de ‘lo siento’

   ¿Qué pin? – le pregunto  asombrada, porque no había digitado ningún número ni ella me lo había pedido.

   Espere, que lo intento nuevamente-

De primeras no me puse nerviosa, suele ocurrir que no se leen bien las tarjetas o que la dependienta sea una sustituta en rebajas y no sepa utilizar correctamente el lector.

    Me rechaza la operación – Me insiste la chica y me pongo nerviosa. Flota en el aire el reproche de que no quiero o no puedo pagar…

    Es imposible – le respondo. Es una tarjeta VISA que no necesita PIN y que no tiene problemas de crédito.

Llega la encargada y repite la operación con el mismo resultado. Compruebo la cantidad de efectivo y no me alcanza para hacer el pago.

    Podrían guardarme el vestido hasta mañana? Pregunto.

    No guardamos las prendas en rebajas – me responde la encargada ya de malas maneras.

    Podría dejar una señal hasta mañana? – insisto.

    No aceptamos señales en rebajas –

La encargada seguía con su bordería sin querer  ayudar.  Mi amiga saca una tarjeta y le pide que pruebe con esa. Mientras, yo enfadada por la actitud de la encargada, le decía que no lo hiciera, que si en esa tienda no querían vender que ya me iría otra.

Finalmente la tarjeta de mi amiga funcionó y pudimos salir de esa tienda, las dos más enfadadas que contentas por la compra.

Al regresar al trabajo le conté lo que me había pasado a una compañera que me sugirió que probara la tarjeta en el cajero de la oficina y así lo hice.

El cajero aceptó la tarjeta, el pin y me dio la información que solicitaba. Todo estaba correcto y me quede tranquila.

Una semana más tarde me ocurrió nuevamente. En esta ocasión la dependienta, infinitamente más amable, lo intentó con ganas pero siempre obtuvo la misma respuesta. “ Pin erróneo” No lograba entender. ¿Cómo era posible que me diera ese error cuando nadie me pedía el pin? Claro que era erróneo, porque no lo digitaba ¿pero cómo hacerlo ? Más allá de los errores y del mal funcionamiento de la tarjeta, estaba el hecho de que en todas las ocasiones me marchaba con la sensación de verguenza, del que pretende comprar algo que no puede pagar, del que pretende ‘engañar’. Sensación muy incomoda. 

Después de dos visitas al banco, la primera infructuosa porque me dijeron que se había solucionado y no era cierto, solicité una nueva tarjeta, como último recurso. En esa segunda visita, incluso, delante de la empleada, probamos la tarjeta en el cajero. Todo era correcto.

     ¿Cómo es posible que el cajero diga que todo está correcto y la tarjeta no funcione en los comercios? –

Entonces se hizo la luz… Los cajeros solo leen la banda magnética de las tarjetas pero los establecimientos solo leen el chip, me explico la empleada del banco.

     ¿No podéis comprobar el chip? – le pregunté

     No tenemos manera de hacerlo  me respondió la chica

Entregue mi tarjeta a la empleada que solicitó una nueva y que tardaría mínimo cuatro días en recibir. Mientras tanto me tendría que apañar sin ella. Fueron formalizando la solicitud y me dice la empleada

     No le cobraremos los 3€ de la renovación –  La miré con cara de asombro y espanto.

     Que menos no? – Me había pasado casi un mes sin poder utilizar mi tarjeta y mi dinero y como gran favor me recompensaban descontando los 3€.

Salí de la oficina del banco con la sensación de ir desnuda. ¿Qué habría pasado si no estuviera en mi ciudad, o incluso, fuera, en el extranjero? De pronto me di cuenta que estamos ‘perdidos’ y en manos de un simple y pequeño chip que alguien incrustó en una tarjeta. En ese momento comprendí a muchos ancianos que cuando comenzó la moda del dinero plástico, se negaban a utilizarlo y guardaban el dinero debajo del colchón de su casa… ellos si que eran listos y previsores, ya entonces sabían que un día pasaría, que estaríamos en manos del plástico y del chip y nunca lo aceptaron.

Siempre he estado a favor del progreso y las nuevas tecnologías, pero una cosa es eso y otra bien distinta es estar en manos de un chip que más que chip, parece un termineitor.  Y si en un día no muy lejano se sustituye el carnet de identidad por un chip que llevemos bajo la piel? Dejaremos de ser, si el chip se rompe? Se inventará un concepto nuevo para la muerte… se murió porque su chip dejo de funcionar…   Total estamos en sus manos y no nos queda otra que la resignación….

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